jueves, 28 de julio de 2011

EL SUEÑO DE PUBLICAR (III)


He hablado con muchos compañeros últimamente y también he conversado conmigo misma y con mi propia experiencia. Y asombrosamente llegamos a conclusiones muy parecidas, de lo cual, deduzco cierta base y fundamento. ¿Recordamos lo analizado en las dos anteriores entregas de este artículo? Fueron publicadas en números previos de nuestra revista La Mirada de Odín, para quien tenga curiosidad o interés.
Pues bien, partiendo del material examinado, del hecho y del convencimiento (ya aceptado) de que habremos de acometer (sin miedo y con ardor) la dura tarea de promocionar nuestra propia obra, aterrizamos en el escollo del beneficio económico. Traducido a palabras: ¿cuánto gana el autor por ejemplar vendido, en estas condiciones? Recordemos, editorial mediana o pequeña, a la que necesariamente deberemos apoyar difundiendo nuestra obra, si queremos superar la barrera de venta de los 500 ejemplares. La respuesta es, el 10% del precio venta al público del libro. Sube como la espuma una tendencia generalizada abaratar el precio de los libros, como unidad, menor es el ya de por sí, liliputiense beneficio del autor. Y desde luego, incrementarlo, me refiero al precio de venta en librería, no es una opción.
Mucha gente se queda atónita al escuchar este dato y hasta se resisten a creerlo. Hay un extendido credo que defiende al escritor millonario (y excéntrico), en cuanto el título de su obra resuena por aquí y por allá con cierta asiduidad. Un euro con ocho; un euro y medio; dos euros. Ese es el importe que nos liquidarán en su momento, el que nos corresponde, de cada libro adquirido por nuestros amigos y cómplices, los lectores.
Llegados a este punto hay quien se pregunta (sé de muchos que lo han hecho), de qué vale tanto esfuerzo desarrollado, si a la postre, los beneficios generados vuelan lejos de nuestro alcance. Suena así como a labrar la tierra de otro, sólo que en este caso, hubo un momento inicial, mágico, en que la obra era nuestra, nos pertenecía. Y entonces, es cuando esas almas rebeldes se plantean por vez primera, la opción de la autoedición.
Debo decir que me parece una opción tan asumible como otra. Hoy día, venir de mano de una editorial ya no es sinónimo de calidad (ni siquiera de las grandes); los editores cometen errores de mercado al apostar (es una decisión humana, basada en sus gustos, en las estadísticas y baremos, que de repente, explotan y sorprenden al más pintado); aquello por lo que nadie daba un duro, se transforma en aclamado best-seller; cientos de autores que hoy son famosos, comenzaron viendo cerrarse una tras otra en sus narices, las puertas editoriales, no importaba su tamaño, pero era tal su fe en la obra, que optaron por autoeditarla y la promocionaron y vendieron ellos mismos (Federico Moccia y sus súper-ventas es un caso a tener en cuenta); cada obra, por extraña y/o singular que sea, tiene su público, aunque sea minoritario; ¿quién soy yo para juzgar la calidad “artística” de una obra?
El único aspecto a tener muy en cuenta, es el de la calidad de escritura: poner a circular un texto plagado de errores ortográficos, de verbos mal conjugados, de frases interminables preñadas de florituras sin sentido, es a la corta y a la larga, un perjuicio y un descrédito para el propio autor. Hay que corregir, solicitar la ayuda de un corrector (los hay a cientos y a muy diferentes tarifas), que nos asegure un texto digno y hacerlo con humildad. Repasar y repasar hasta estar convencidos de que lo que se imprimirá en papel, no nos levantará los colores en un futuro no muy lejano. Y asumir las malas críticas (las que yo llamo “negativas con respeto”) con disciplina y afán de superación. ¿Quién sabe? Quizá un primer libro autopublicado nos lleve de la mano hasta la mejor y más saludable de las editoriales.
¿Por qué no intentarlo? Suerte y besos a tod@s.

miércoles, 13 de julio de 2011

EL SUEÑO DE PUBLICAR (II)


Retomemos nuestro sueño donde lo dejamos. No sólo sigue siendo NUESTRO SUEÑO, con mayúsculas, sino que se convertirá en una realidad, vamos a trabajar por que lo sea.
Las terribles estadísticas nos aseguran que hay mayor probabilidad de que nuestro manuscrito sea aceptado por una editorial mediana o pequeña. No lo lamentemos, saquemos lo positivo del hecho: en ellas, los procesos de selección son más abiertos y simples, están menos mediatizados e incluso puedes permitirte un apretón de manos y un café con el editor en persona, lo cual dota al encuentro de una “humanidad” de la que a menudo, carecen los grandes monstruos de la industria, donde los editores llegan a convertirse en entes supremos e invisibles a los que rezar pero a los que jamás tocas. Conste que estoy generalizando; siempre; a lo largo de todo el artículo, me veo obligada a generalizar, pues (menos mal), hay excepciones para estas reglas, que nos gusten o no, son las generales. A la experiencia viva de muchos, me remito.
El problema de estas pequeñas “hadas madrinas”, que se han enamorado (por fin) de nuestra obra, confían en nosotros como autores y nos animan e incentivan, es la falta de presupuesto destinado a promoción y la acumulación de más autores de los que les es posible manejar. Con ello, advierto, no nos extrañe que no exista dotación financiera para publicitar nuestra obra, más allá de unos marca-páginas o el diseño de un cartel publicitario. Tampoco nos rasguemos las vestiduras si nuestro editor no nos acompaña a los actos de presentación y/o promoción. Imaginemos que en estas empresas modestas, el personal no suele sobrar y que resultaría imposible asistir a todas las presentaciones de sus ciento y pico autores, repartidos a lo largo y ancho del mapa de España. En lugar de enfadarnos, asumamos que nuestra obra es magnífica y que nadie como el propio autor para darla a conocer.
Más adelante, puede que en otro artículo, diseccionaremos métodos y maneras para hacer audible nuestra vocecilla tímida. De momento, sobra con que asumamos que esa tarea nos corresponde a nosotros, que es dura y sacrificada, pero que se nada sirve acometerla con poco espíritu o desde un enfoque pesimista y frustrado, resentidos por vernos obligados a asumir algo que en teoría (en nuestra teoría, más bien) correspondería “al vago de mi editor”. No.
Hay que cambiar el chip. Entender el porqué y el cómo, ya lo hemos razonado más arriba, e iniciar nuestra “ruta turística” con la máxima ilusión y esperanza. Si es cierto (y yo lo creo) aquello de que un libro saca de ti lo que ya en ti hay, no debe ser menos veraz aquello de que el libro que escribes, muestra mucho de tu alma. Si es nuestro mensaje, si es nuestro puño y letra cargado de intención, revistámoslo de propósito: que nos conozcan, que conozcan la obra. Por mucho que os extrañe, os diría que lo que menos importa en esta primera fase es “vender” o contabilizar los ejemplares vendidos, sino que el mayor número de personas posibles, conozcan nuestro trabajo. De ese modo, un consejo quizá importante a la hora de negociar las condiciones de edición (ya que en los tiempos que corren son pocos los que reciben un “adelanto” en forma de dinerito constante y sonante), es reclamar el mayor número posible de ejemplares gratuitos para regalar y adicionalmente, la facultad de comprar con descuento, ejemplares a la editorial, que a la vez revenderemos o regalaremos (sí, lo entiendo, duele, pero es necesario y funciona). Muchas veces ese primer ejemplar entregado a cambio de nada, gusta tanto que genera tres o cuatro ventas, ya que la persona que lo ha leído, lo recomienda o a su vez, lo regala. Pensad que un anuncio de pocos segundos en la radio local, por poner un ejemplo, sería infinitamente más caro.
Resumo, repitiendo que habremos de acometer la tarea de promoción (que es ardua, no nos engañemos), con humildad, bajándonos del “trono del talento” (yo lo tengo, yo soy capaz de crear, los demás no, de modo que yo me limito a mover la pluma y lo de vender, que lo hagan otros) en el que algunos (equivocadamente, a mi juicio) se suben, recordando siempre que nuestra obra es nuestro producto. De algún modo, desde una perspectiva moderna y de futuro, somos “productores, fabricantes” (de sueños, diría yo) a través de una obra que necesariamente, hay que vender.
Continuaremos. Un abrazo a tod@s!!

miércoles, 6 de julio de 2011

EL SUEÑO DE PUBLICAR (I)


Hay sueños que matan lentamente. Por hermosos que sean, mal llevados, mal entendidos, nos debilitan; es difícil no caer en sus redes hasta perder completamente la conciencia y mendigar un poco de amor, que en este caso, podemos llamar simple atención profesional. Es lo que pienso a veces, cuando leo las desesperadas llamadas que algunos autores noveles hacen a editoriales y agentes, suplicando un minuto de su tiempo, rogando porque tengan a bien leer sus manuscritos, esos trabajos en los que han invertido tanto tiempo, esfuerzo e ilusión. Y que como a nadie le parecen sus hijos feos, creemos lo mejor que hemos leído en el año. Y es justo. ¿Por qué no?
Las alternativas escasean. Las editoriales reciben a diario miles de manuscritos de toda clase y condición y no hay equipo humano capaz de dar salida a tal avalancha. La mayoría de ellos (no me atrevo de afirmar que todos), irán directos a una papelera. ¡Y pensar que yo enviaba manuscritos cuyas copias ascendían a 65 euros por barba, encuadernación de espiralilla incluida…!
Entonces alguien benévolo te saca de tu error, te disuade de seguir por esa vía y te habla de los agentes y de su labor. Pero la atención de los agentes literarios, esos ansiados intermediarios que sí presentarán tu obra a los editores en una especie de “apadrinamiento” en vivo y en directo, se logra del mismo modo ya descrito: enviarles tu trabajo. Y la mayor parte de las agencias actuales, reciben aluviones de manuscritos que tampoco aciertan a gestionar con eficacia. ¿De qué depende que te elijan? Probablemente, y es mi humilde opinión, del don de la oportunidad, de la suerte, de la visión personal de quien abra ese correo… Si nuestro manuscrito logra emocionar a alguien, ese alguien se convertirá en nuestro agente y venderá las virtudes y puntos fuertes de nuestra obra, a los editores que considere más en línea. Ahí comienza el reto, la gran carrera.
Hay demasiadas expectativas en cuanto a la publicación clásica. Y lo digo con sinceridad, como fruto de mi propia experiencia y observación, con todo el respeto imaginable a los que no compartan mi visión, que al fin y al cabo, no es más que la mía. Pero creo que hace años, cuando disponías de editor, disponías de un mecenas, alguien que creía en tu obra y te apoyaba, te introducía en su círculo (generalmente de prometedoras relaciones), invertía en promocionarte. Hoy, las cosas han cambiado y solo las grandes dedican una partida presupuestaria al apartado “promoción”. Si tienes la fortuna de contarte entre ellos, dispondrás de publicidad durante un tiempo determinado, que deberás aprovechar a tope para convertirte en súperventas ya que no hay segundas oportunidades. Pero si tu editorial es modesta o pequeña, pequeñísima… ¿Qué ocurre entonces?
He encontrado a quien no concibe la falta de asignación de fondos a la promoción de su libro y llega a ponerse exigente. Las relaciones editor-autor, no tardan en agriarse. Hay quien confía en que simplemente colocándolo en las estanterías, bien a la vista, se venderá solo. Como si hubiese suficientes lugares “bien a la vista” para todos, especialmente para los que comienzan… Tampoco es un juicio acertado, lamento decirlo. ¿Qué hacer?
Trabajar. Trabajar duro por vender tu producto. Porque nadie más ni mejor que tú, cree en él, te lo aseguro. No es una vergüenza, ni perder categoría, ni te convierte en cutre. Es, por decirlo de un modo simple, que los tiempos han cambiado; y con el tiempo, los métodos; y con los métodos, los procedimientos y los objetivos, así como los canales. Que con el anhelado SÍ de una editorial, no se llega a meta, sino que se echa a correr.
Seguimos en el próximo número. Un abrazo fuerte, lleno de ilusión, para tod@s.

 
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